Palabras del Pastor Karim
Resulta que esta semana recibí la visita de un pastor amigo de la 8va Región. El ha sido una de las personas claves estas últimas 3 semanas (y miembro del Comité de Emergencia de nuestra iglesia), para ayudar con los damnificados de la zona, en donde se concentra la mayor cantidad de iglesias metodistas libres del país. El me decía que ya existe un dicho popular entre la gente del lado costero y que es: “El Terremoto Mentiroso”. Esto dado a los graves daños causados por el paso del terremoto, posterior al tsunami y réplicas que han colapsado las construcciones, sobre todo aquellas ubicadas en los cascos históricos de las ciudades más emblemáticas, pero que en un 70 u 80%, y que muy gentilmente no se aprecia a simple vista en sus fachadas (a excepción de los balnearios más desvastados), si no que la destrucción parcial o total, se ha ido incrementando a través de la enorme cantidad de escombros que sigue y sigue saliendo desde dentro de las casas y edificios. Escuché por la radio esta semana que sólo en la Región Metropolitana la cantidad de escombros a causa del terremoto, se estima un equivalente a “1 Cerro Santa Lucía y medio” y esto obviamente, sin considerar los millones y millones de metros cúbicos de escombros esparcidos en la VI, VII, VIII y IX Región. En la bitácora de terremotos de Chile (que data de 1570), y en la historia de la humanidad, el terremoto del pasado 27 de Febrero se considera como la 5ta mayor catástrofe telúrica en el mundo. De hecho algunos científicos han llegado a decir, que este terremoto fue capaz de mover 8 centímetros el eje central de la tierra, desplazar 3 metros Santiago hacia el mar y levantar la Isla Mocha 2 metros, por citar algunos ejemplos. Es interesante y a la vez muy raro, que siendo este movimiento de proporciones cataclísmicas (se dice 800 veces más expansiva que la de Haití con una intensidad de 9 grados en la escala de Mercalli), no haya causado tanta destrucción externa como debería. A mí que me toca recorrer durante la semana algunas antiguas calles del gran Santiago, me doy cuenta de la enorme cantidad de escombros que siguen y siguen sacando de los interiores de las casas, patios y propiedades, sin dejar al parecer huellas en muchos de sus frontis. Tanto así, que uno mira la ciudad y parece que aquí, no ha pasado nada. Esto indudablemente, me hace recordar el pecado en que la iglesia de Sardis fue sorprendida cuando Dios les dijo: “tienes nombre de que vives, pero estás muerto”. También me hace pensar en la soberbia en que nuestro país cayó, y que debemos reconocer, habernos convertido en una nación altiva y orgullosa en contra Dios. La auto-suficiencia nos ha llevado a rechazar a Dios confesando que no lo necesitamos. Esto ha traído un creciente rechazo al Señor y Su Palabra, en una rebelión contra sus mandatos y principios divinos, además, de una creciente inmoralidad, que traído como consecuencia la desviación sexual de nuestros adolescentes y que ya es toda una moda “normal” entre comillas. El pecado de la “apariencia”, es como el “Terremoto Mentiroso” que nos tiró abajo de la cama en una madrugada de luna llena. Son casi 500 los muertos y más de 100 aún los desaparecidos. El costo total de la re-construcción de Chile sobrepasará los 30 mil millones de dólares. Entonces… ¿cómo puede haber habido tanta destrucción si parece que no se nota? Es simple. La apariencia, la auto-suficiencia, el orgullo, la inmoralidad y la incredulidad de todos los chilenos, sufrió el más grande puñetazo de parte de Dios. Es que así es ¡nomás pueh! cuando Dios toca apenas con la punta de su dedo, el interior de lo que somos. Que buena ilustración la que tenemos. Que buen cuadro. A Dios nomás se le podría haber ocurrido. Es que el Top Five del terremoto más fuerte de la historia, destruyó lo que estaba atrás, en la pieza del fondo. Un día, lo oculto tenía que salir a la luz. Lo escondido del corazón de los hombres, hoy descansa en paz a la vista y paciencia de todos los transeúntes que caminan por las calles de la ciudad. Es que no sólo son los escombros físicos de una sociedad remecida por el terremoto, si no, los restos mortales de la vida espiritual de nosotros mismos, los chilenos.
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